jueves, 22 de septiembre de 2016
EL EDITOR
jueves, 17 de marzo de 2016
Nuevo relato: "Venganza"
Venganza
viernes, 19 de febrero de 2016
EL REY DEL TEATRO
Os invito a leer mi nuevo mini-relato: "El Rey del Teatro". A ver qué os parece. Se aceptan todo tipo de críticas, siempre que sean constructivas, eso si, jejeje
EL REY DEL TEATRO
lunes, 18 de enero de 2016
NUEVO RELATO BREVE: EL ÚLTIMO BESO
EL ÚLTIMO BESO
lunes, 21 de diciembre de 2015
EL ENGAÑO.- Texto del mes de diciembre
El Engaño
lunes, 30 de noviembre de 2015
RETOMANDO AFICIONES PERDIDAS... A LEER!!
Por eso, voy a aprovechar este blog que tengo abierto desde hace años, para ir colgando los enlaces a los textos que voy publicando y que vosotros, que me leéis, los comentéis también. Cualquier tipo de crítica será bienvenida.
Aquí os dejo los dos primeros:
Desde las Sombras
El Lápiz Mágico
Ah!! La web es literautas.com, por si alguien está interesado en participar.
Espero vuestros comentarios!!!!
sábado, 29 de mayo de 2010
EN PIEDRA
Con las lágrimas de piedra y el corazón endurecido, el ángel sufre. Un ángel que ya no es tal, pues su espíritu emigró. Un ángel caído de la gloria para sobrevivir en nuestro mundo. Un ángel inerte pero vivo. El ángel del alma, el ángel de la vida y de la muerte. Una contradicción en sí mismo. Mío... por siempre...
Mi amor, mi amado. Ya te has ido. Mejor dicho, te han desterrado. De todos los mundos por los que has pasado. Sí. Del cielo, donde naciste. Del infierno, donde viviste. Y de la tierra, donde viniste a redimirte y me encontraste, y me salvaste, y me diste amor y cariño, y me besaste, y... En definitiva, tú me redimiste a mí y me entregaste la vida eterna. Sin esperar nada a cambio, sin decir ni una sola palabra.
Ahora sostengo tu cabeza rota entre mis brazos y lloro a tus pies. Las ramas de los árboles caen por el peso de las gotas de lluvia que sobre ellas se posan salvajemente, con violencia, con descaro. Me rozan el rostro, me acarician el alma. La hierba se cubre de barro y me ensucia. Pero me da igual. Ahora que te has ido, ahora que te han destrozado, ¿qué sentido tiene mi vida? ¡Malditos!
Miro el cuchillo que dejé sobre la lápida. Creo recordar que te lo había enseñado, tal y como me pediste. Sí, lo sé. Va a cumplir su cometido. Tarde o temprano lo iba a hacer, y ¿qué mejor momento que este? Apoyo tu cabeza sobre mis piernas estiradas, con tus ojos mirándome fijamente, como siempre lo han hecho. Lo cojo. Estoy decidida a hacerlo. Lo levanto. La hoja brilla con los relámpagos que irrumpen en el monótono sonido de la lluvia al caer. No tengo miedo. Lo hago por ti, porque te quiero. Lo bajo y procedo a ello. La sangre poco a poco empieza a brotar. Calienta mi muñeca al salir y se funde con la transparencia de las gotas de agua, ensuciándolas. Te cojo, me levando a duras penas y me siento sobre la lápida, a tus pies. Te beso antes de depositarte de nuevo sobre mis piernas. Estiro los brazos y me dejo llevar...
Poco a poco, me iré desmayando. Mientras tanto repaso...
Recuerdo que la primera vez que te vi apenas me percaté de tu presencia. Fue en el entierro de la única persona de mi familia que por aquel entonces quedaba viva, mi padre. Su tumba estaba situada justo enfrente de la que tú guardabas. Con los ojos llorosos recuerdo que levanté la vista y te vi. Sentí algo extraño en mi interior, pero rota por dentro como estaba no le presté atención. Me había quedado sola en el mundo. Sola con dieciocho años. La función iba a comenzar. El reparto de papeles se había efectuado... todos para mi. Ser madre y padre, hermana y hermano... todo eso lo iba a representar yo.
Dejé la escuela y me puse a trabajar. Y a raíz de ello volví a encontrarte. Y te conocí. De nuevo entre mis penas, de nuevo entre mis lamentos, de nuevo en mi huida. Si, ya lo sabes. La huida de aquel que me evitó cualquier tipo de contacto con el género humano. Del que, en fin, ¿merece la pena recordarlo? Si ya lo sabes... en mi trabajo, en su despacho, su mano sobre mi pecho, yo la apartaba. Lo volvía a intentar, y volvía a apartarla. Y me pegó una bofetada, y me tiró al suelo, y me levantó la falda y... pude coger uno de mis zapatos y golpearle la cabeza. Llorando huí de allí, hasta el cementerio, buscando un lugar concreto.
Arrodillada sobre la hierba, frente a la tumba de mi padre, con las manos ocultando mi rostro, lloraba sin consuelo. Buscaba respuestas, pero lo único que veía era una nube negra que cubría todo. Entonces noté algo en mi interior. Era como si una voz me llamara. Una voz muda, pero que encogía mi estómago y hacía latir mi corazón con fuerza. Levanté la vista y te reconocí. La sensación se me hizo familiar en ese momento. Sentí la necesidad de acercarme. La necesidad que siempre he sentido de verte, que se enredó a mi como si fuera hiedra y nunca desde ese momento me ha abandonado.
Me senté a tus pies, sobre la lápida. Estaba fría, pero no me importó. Te miré a los ojos. Pétreos, fijos en mí. Te acaricié el rostro. Notaba cómo me consolabas, cómo me comprendías. Sé por el infierno que estás pasando, porque he estado allí, me decías. Y, sin tocarme, me acariciabas. Me dijiste que me quedara contigo, que tú me cuidarías, al igual que cuidabas del cuerpo que había bajo la lápida. La luna llena había aparecido en el cielo. La miré, y vi tu rostro en ella. Un ser divino y desterrado, abandonado en nuestro cruel mundo. Nos iluminó. Sí, amor mío, te reconoció. En algún momento la visitaste... Volví a mirarte. Te abracé y me quedé dormida con tu frío cuerpo pegado al mío.
¿Te acuerdas, tesoro? Así empezó todo. Así empezó nuestra vida juntos. Así dejé que invadieras mi interior y te asentaras en mi alma. Así me estoy muriendo poco a poco, uniéndome a ti. Ya veo cómo me coges de la mano y me elevas. Sí, llévame... te quiero.
No deja de llover. Sí, mi amor, el mundo se entristece ante nuestra partida. Sabe que nunca más vamos a volver a él, que nos ha perdido. ¡Qué más da! No nos queda nada por lo que luchar, nada que merezca la pena. Solo nosotros. Y tú te has ido... mejor dicho, unos bastardos te han expulsado. Yo me voy por propia voluntad, ¿qué va a ser de mi si tú no estás? Quiero tocarte en el infinito y besarte... besarte para siempre.
Desde aquella noche que dormí a tus pies, no me separé de ti. Dejé mi trabajo y me busqué otro. Algo ligero que me permitiera pasar las noches contigo, nuestros cuerpos unidos en los brazos de Morfeo. A partir de ese momento, el cementerio se convirtió en mi segundo hogar.
Recuerdo la primera vez que te besé. ¡Ay ese momento! No recuerdo el tiempo que había pasado desde aquella primera noche, quizás dos semanas, tal vez menos. Da igual. Todas las noches dormía abrazada a ti. Esperaba fuera del cementerio a que el guardia saliera. Y justo en el momento en que se giraba hacia la garita donde tenía los utensilios de jardinería y la llave que cerraba mi nuevo hogar, me colaba y me escondía tras unos arbustos. Luego pasaba unas cadenas por las verjas de la puerta y las aseguraba con un candado. Se guardaba las llaves en el bolsillo y se marchaba hasta la mañana siguiente. Era en esos momentos cuando por fin me sentía libre, sin miedo a nada. Donde todos mis deseos se veían colmados, porque por fin podía estar a tu lado.
No sé qué te conté esa noche, tampoco me importa. Sí recuerdo la sensación... una caricia en mi alma, tus ojos como siempre fijos en los míos. Te deseé más que nunca. Y te besé levemente, acariciando tus grises cabellos. Mi querubín, mi amante. Noté cómo me correspondías. Y un placer infinito, incapaz de describir con palabras, inundó mi ser. Quise sentir algo más fuerte, pero tú me frenaste. No todavía, me dijiste. Y de nuevo, me volví a dormir a tus pies, protegida.
Sí, lo sé. No pasó mucho tiempo desde aquella noche hasta que me hiciste tuya definitivamente. De un modo furtivo, dulce al principio, salvaje y gozoso al final. Me consumaste como persona y como alma. Recuerdo que estaba sentada mirándote y besándote. Entonces, noté cómo intentabas acariciarme por debajo de la falda que llevaba ese día, que me había puesto solo para ti. Me levanté y, frente a ti, me desnudé. No apartabas tu mirada. Nadie podía vernos, la noche nos cubría con su negra capa. Entonces me tumbé sobre la lápida y allí dejé que poseyeras todo mi ser. Sentía tu mirada sobre mi, tu mano acariciando cada parte de mi cuerpo, tus labios besándome... en ese momento, me enseñaste el placer que se siente al estar en el cielo.
Sí, amado. Sonrío al recordarlo. Porque esa fue la primera noche de otras muchas. Porque poco a poco me ibas enseñando tu primer hogar, aquel al que, me decías, yo te iba a ayudar a volver. Los ojos se me llenan de lágrimas que se confunden con la lluvia que sigue cayendo. La cabeza se va inclinando poco a poco. Noto cómo me voy evaporando. Pero ¡no! ¡espera! Necesito un último aliento para recordar una cosa más...
Sí, amado. Hubo momentos tensos y duros entre nosotros. Pero solo sirvieron para afianzar más nuestro cariño y nuestra pasión. ¿Te acuerdas de él? Si, aquel del que sentiste celos. Nuestra primera y única discusión. ¡Bobo! ¿Realmente pensaste que te iba a abandonar? Ni por todo el oro del mundo. Pasaba mucho tiempo con él, cierto era. Y también lo era que estuvo a punto de descubrir nuestro secreto, porque estuvo a punto de impedirme verte una noche. La noche en que me confesó lo que sentía por mi. La noche en que me besó, aunque no como tú lo hacías. La noche en que, pobrecito, le dije que no le quería y cuando se fue de casa corrí a contártelo, y tú te enfadaste y yo te llamé celoso e idiota por desconfiar de mi. ¿Quién más que tú podía darme lo que yo necesitaba? Nadie sabía entenderme como lo hacías tú, nadie me protegía igual. ¿Cómo iba a abandonarte?
Pasó. Hubo una época feliz. Hasta nuestra última etapa. No ha durado mucho, la verdad. La gente hablaba. La gente me miraba. No estoy loca. Te quiero, y tú me quieres a mi. Con eso me basta. ¡Qué más da lo que seas! Decían que profanaba tumbas, que era una necrófila, una bruja, una maldita bastarda, que la magia negra era mi modus operandi... me achacaban todos los problemas de la gente del pueblo. ¿Una epidemia de gripe? La serpiente que había matado y ocultado bajo la tierra era la responsable. ¿Una crisis de tristeza múltiple? Los murciélagos que habitaban en los sótanos de casa la habían desatado. ¡Ineptos!
Me perseguían, tesoro, me seguían. Lo notaba. Recuerdo que dejé de venir a verte. Pero me era imposible, me veía atrapada. En la distancia, sentía tu llamada. Y te respondía que no podía, no... Ya nadie me sonreía. Todo se apartaban de mi camino. Me obligaron a confinarme en mi hogar, el mismo que vio morir a mi padre. Pero no. estaba decidida. No me iba a ver morir a mi. Si desaparecía de este mundo, lo iba a hacer a tu lado, sin negarte nunca. Yo no soy Pedro. Eras y eres el único que ha sabido darme siempre lo poco que he pedido en mi corta vida.
No me iban a matar. Así que, tras dejar la casa ordenada, he decidido venir a verte. Pensaba que la lluvia me iba a ocultar. Pero no. estaban esperándome. Me han seguido hasta aquí, han visto cómo me arrodillaba frente a la tumba de mi padre y le decía que pronto me iba a reunir con él en el infinito, han visto cómo me he acercado a ti, te he acariciado el rostro, te he besado y me he sentado a tu lado. Entonces los he visto. Tres indeseables ocultos bajo una capucha. Cobardes, les he llamado. Al menos, podéis tener la decencia de mostraros, bastardos. Pero no han querido. Ni siquiera han respondido.
Han cogido una piedra y te han arrancado la cabeza. Yo no me he movido de tu lado. He evitado que tu cabeza rozara el suelo. No podía. Un ángel nunca puede tocar el sucio mundo en que vivimos. Se han quedado parados. Les he mirado y, con toda la furia de mi interior, les he maldecido. La verdad, me va bien el papel de bruja. Aterrorizados, se han ido corriendo, saltando las verjas de entrada al cementerio. Me imagino las caras de la gente cuando se enteren de la noticia. Ellos serán unos héroes, unos héroes malditos. Y el resto vivirán con la falsa tranquilidad de saber que su mayor peligro ha desaparecido. ¡Ingenuos! Nunca ven más allá, no quieren. Se acomodan a lo que tienen. Pero los que necesitamos algo más, los que buscamos dentro de nosotros algo que dé sentido a nuestra vida estamos locos.
Ven a mi regazo. Reposa aquí. Mira la lluvia, aún cae. La tristeza es infinita. Te veo. Me tiendes la mano. Solo un poco de vida queda en mi, los ojos casi cerrados. Reúno fuerzas y te beso. El último beso en nuestra vida mortal, en este mundo cruel y banal. Los latidos son más y más lentos.
¡Espera! ¡Mira, amor mío! De repente está despejando. Las nubes se apartan y se abren como un telón. Entra en escena la luna llena. La misma que te reconoció la primera noche que me quedé contigo. ¡Mírala! Nos da la bienvenida. Intento sonreírle, pero no puedo. Ya llega mi último latido. Por siempre, adiós.
LAURA RUIZ GARCÍA 06/12/09